Panamá: Entre el COVID-19 y Putin
Hay eventos que sabemos traerán cambios profundos, solo que aún no sabemos cuáles. En el corto periodo de dos años han sucedido acontecimientos trascendentales.
La llegada del coronavirus (COVID-19) hace dos años generó una paralización de la actividad económica sin precedentes en la historia de la humanidad.
La crisis precipitó el colapso de economías enteras, desaparición de industrias, disrupción de cadenas de suministros, desplome de mercados claves, una enorme incertidumbre y miles de muertes.
Así mismo, causó insostenibles incrementos de la deuda pública, particularmente de los países de menor ingreso, dejando consigo más fragilidad macro fiscal y una secuela de pobreza e inequidad.
Complementariamente, el evento aceleró el proceso de transformaciones tecnológicas, sentando las bases de una economía mucho más digital, economía ésta que requerirá de continua innovación y adaptación para lograr la mayor resiliencia y crecimiento posible.
En el 2021, si bien la aparición de las vacunas revirtió la abismal picada económica del 2020, en el 2022, no obstante, la recuperación global ya enfrentaba secuelas del COVID-19, como disrupciones de suministro y la amenaza inminente de una escalada inflacionaria.
En medio de esta comprometida “recuperación”, ocurre hace un mes la incursión de tanques y aviones de Rusia en Ucrania, hecho cuyo efecto global fue azuzar la incertidumbre, que el fin de la pandemia parecía dejar atrás.
La invasión provocó “shocks” en la oferta de materias primas, sobre todo de petróleo, gas y trigo, y la amenaza de nuevas disrupciones logísticas, volatilidad y un renovado temor inflacionario.
De por sí, el hecho marcará una nueva era en la post Segunda Guerra Mundial que entrañará claramente un reacomodo de las fuerzas hegemónicas; digamos, un reacomodo de las capas tectónicas de la geopolítica.
A nivel regional, el desafío inminente es la elección democrática de regímenes populistas, lo cual, a mediano plazo, producirá incertidumbre y potencial inestabilidad, agravando el precario balance fiscal y económico que atraviesan los países.
El reciente acercamiento de Washington con Caracas quizás marque una fase renovada del interés de Estados Unidos (EE.UU.) en la región sur y centroamericana, impelido por el objetivo estratégico de refrenar el avance económico, diplomático y político de Pekín en el área.
Ello aumentaría el flujo de inversiones y comercio Norte-Sur, lo cual sería consistente con una política de regionalización (inverso a globalización), cuyo objetivo sería reducir las potenciales disrupciones y asegurar la producción estratégica de bienes sensibles.
¿Cómo encaja Panamá en este escenario? Si bien nuestro sistema ha demostrado resiliencia, el COVID-19 comprobó que inexorablemente estamos expuestos, directa e indirectamente, a las afectaciones del entorno mundial.
El hecho es que, en momentos de incertidumbre, el inversionista busca refugio en opciones estables como el oro y el dólar estadounidense.
En tal sentido resultan atractivas las economías dolarizadas como la de Panamá. El aumento de los ingresos provenientes de la exportación de recursos naturales del área beneficiará a la Zona Libre de Colón (ZLC). El aumento en el valor de las exportaciones de cobre también será positivo.
La eliminación de restricciones al movimiento de pasajeros contribuirá a que el turismo salga de la debacle en la que lo sumergió el COVID-19.
Sin embargo, el incremento del precio del crudo aumentará la presión inflacionaria, afectando el ingreso real de los consumidores y por consecuencia el potencial crecimiento.
El agro enfrentará un complejo escenario, a consecuencia del avance en los calendarios de desgravación consignados en diversos Tratados de Libre Comercio (TLC). Igual consecuencia entrañará el aumento de los fertilizantes y los combustibles.
En lo estructural, la experiencia del COVID-19 arroja luz sobre la inexorable realidad: El país enfrenta inaplazables desafíos. Estos incluyen, y no en este orden, salir de las listas internacionales, mejorar el grado de inversión y lograr sostenibilidad en las finanzas públicas.
En lo económico, más que una recuperación que ya se dio en 2021, el objetivo consiste en adoptar medidas sencillas de alto impacto removiendo obstáculos al crecimiento. Mas bien, se trata de una consolidación del rebote del 2021.
A mediano plazo, nuestra economía demanda potenciar la eficiencia y facilitar la aparición de motores de crecimiento que generen plazas de trabajo, pero plazas mejor remuneradas con base en la productividad.
Se trata de mejorar naturalmente la oferta educativa, creando simultáneamente una mayor demanda laboral, más sofisticada, que permita absorber ese caudal educativo para generar más crecimiento e inclusión social.
Lograrlo requiere reformas en salud, en educación y en lo laboral, entre otras áreas. Exige capacitación en el sector público y agilizar procesos mediante la simplificación e innovación digital.
Todo exigirá un cúmulo de acciones, pero, más que nada, necesita una amplia discusión política y técnica de los grandes desafíos y de un compromiso electoral de parte de los principales candidatos o candidatas para el torneo del 2024.
Es decir, necesitamos reconciliar la realidad con las potencialidades: Podemos o seguir creciendo en forma moderada, pero incompleta, o movernos a una economía flexible que arroje crecimiento y bienestar, que sea ganar-ganar.
Horacio Estribi
Economista
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